Weed moments

viernes, marzo 23, 2007

Las minas

Las minas son las únicas personas del mundo que todos saben que están locas y que nadie se atrevería a meter en un manicomio.

No es un cliché, no es un mito, no es un punto de vista: las minas están locas. Todas.

(Más de una conversa matizada con la cannabis me llevó a mi y a mis amigos a esta conclusión, así que en algún momento tenía que plasmarla aquí. Si lo hago ahora, es por cierta alemana... una niñita caprichosa).

jueves, marzo 15, 2007

La Ita


La Ita es una amiga de Santi. Él y varios de sus amigos la quieren y hablan mucho de ella, así que yo también quise conocerla. Me encontré con más de 80 años de historias…


Lo primero que llama la atención cuando alguien habla de la Ita, es que ella, a sus ochenta y tantos años, fuma marihuana. Todo empezó porque Jorjano (el primero en conocerla porque llegó a arrendarle una pieza) le insistía en que la probara, hasta que la convenció. Entonces la Ita se dio cuenta de que cada vez que fumaba dormía mejor y sin dolor de huesos. Ahora tiene su propia cajita con marihuana. Así, cuando la visitamos, no tuvo ningún problema en que nos fumáramos un buen pito. “¿Y su nieto no le dice nada porque fumemos marihuana?”, le preguntó Santi (pues ese día estaba el nieto quedándose en el departamento). “No, por qué poh, si es mi casa…”.

De entre las mil historias que la Ita tiene para contar, la que más me gustó a mi fue la siguiente:

"Yo, cuando era joven, vivía en un departamento cerca del Parque Forestal. Todos los días pasaba cerca de una escuela de arte, y en uno de esos días me encontré con un caballero. Era un profesor extranjero que venía a dar un curso sobre serigrafía en madera (como la de la foto). Nos hicimos amigos y me invitó a participar en su curso, ya que yo no tenía dinero para pagarlo. A lo largo de todo el curso nos seguimos haciendo más amigos. Yo siempre le preguntaba '¿Por qué no le ponemos color a las serigrafías, profesor?' Y él me contestaba que no, que no se hacían así. Y yo le insistía y le insistía, y él déle que no y que no. Se terminó el curso y se devolvió a Francia. De vez en cuando nos escribíamos, y yo siempre que le mandaba una carta le ponía por todo el sobre "Color, profesor". Hasta que un día nos perdimos la pista.


Muchos años después, no sé cuantos, 20 o 30 quizás, me encontraba yo con mi marido paseando por Paris. De pronto veo un letrero en el que salía el nombre de aquel simpático profesor. Se anunciaba una exposición con lo mejor de su obra. Así que nos fuimos para allá, y cuando ya estábamos cerquita, veo que viene un grupo de como 20 personas caminando hacia nosotros, y entre ellas, al medio, venía el profesor. Así que me acerqué para saludarlo. Cuando me reconoció, no lo podía creer. Me abrazó, me besó, me agradeció cien veces. Yo no entendía bien por qué. Rápidamente me llevó a donde estaba su exposición. Eran varios salones, llenos de serigrafías en madera ¡A todo color! 'Seguí tu consejo', me dijo. Así había logrado sus mejores y más reconocidos trabajos..."


Color, profesor; color, profesor.